Podemos definir una relación como una coincidencia espaciotemporal consciente e interactiva entre dos espacios psicológicos. En el marco subjetivo de las relaciones humanas, las personas se relacionan en cada momento con aquellos que comparten el espacio próximo psicológico, que no tiene por qué coincidir con el físico. Una persona que esté en Moscú puede ocupar el centro psicológico de una que esté en Madrid y, por el contrario, nuestro vecino más inmediato que vive a escasos metros de nosotros puede ser poco más que alguien que saluda con educación y desaparece sin influir en nada en nuestras vidas. Los conceptos de proximidad y de espacio psicológico son eminentemente subjetivos. Podemos imaginar el espacio psicológico como una enorme diana con círculos concéntricos de forma que en el centro estarían las personas o asuntos que nos importan de verdad, los que nos obligan a dedicar parte o casi todos nuestros pensamientos. Este centro sería fijo, pero en él irían desplazándose las personas y los asuntos en un permanente entrar y salir cambiante en función de las circunstancias. El vecino del ejemplo anterior es una persona que vive al lado de nuestra casa, sabemos quién es, incluso conocemos algunos aspectos de su vida privada y de sus relaciones, pero dada la importancia que tiene para nuestra subjetividad su ubicación en nuestra diana imaginaria es claramente la periferia. En esta periferia solo existen las personas de un modo exageradamente secundario y no se les dará ninguna importancia hasta que por los motivos que sea, en la continua dinámica del devenir diario, ocupen las zonas centrales de nuestra diana metafórica. El concepto de espacio psicológico es muy importante, y la forma de describirlo en forma de diana no es más que una de las muchas posibles en las que se podría haber descrito.
La coincidencia espaciotemporal de los dos espacios psicológicos que conforman la relación no se da al azar, porque para que efectivamente se establezca un vínculo de este tipo, los dos miembros que la conforman tienen que tener cierto interés en ella. Pensamos que cuando se crea una relación se abre un canal de intercambios con fines instrumentales. Al hablar de abrir canales hacemos referencia a crear algo más que intercambios, porque un intercambio como tal no supone ningún tipo de relación. Podemos hablar con desconocidos e intercambiar información con ellos en algo que se parece a una verdadera relación, pero que no dejará ninguna huella cuando finalice el intercambio. Por lo tanto, una relación es algo más y tiene una estructura, una entidad. Podemos imaginar la creación de una relación como la instalación de un cable eléctrico entre dos puntos. Es posible que el cable no se conecte más que en el momento de probarlo, pero una vez instalado siempre estará ahí hasta que alguien lo retire, aunque no transmita ningún tipo de corriente. La relación es esa especie de cable, que tiene una entidad y que está ahí, aunque no se use. Además, es una entidad que no desaparece de cualquier modo porque la forma de eliminarla es muy compleja. Las relaciones pueden romperse, pero solo desaparecen cuando se extinguen.
Hablamos de una relación entre dos como si de una dualidad se tratase, pero evidentemente las relaciones son muy amplias y abarcan a muchos componentes. En este caso, siguiendo con las metáforas podríamos proponer una imagen mucho más ajustada a la complejidad de las relaciones y que sería la formada por una red de neuronas, que en determinado momento forman un circuito concreto para dar lugar a una función cognitiva determinada, pero que al instante se recompone para dar lugar a otro tipo de circuito participando de conexiones con otras neuronas. Es posible que la sociedad sea un reflejo de la actividad cerebral de los miembros que la forman.
Una relación es, además, una entidad abstracta, porque no tiene ninguna propiedad física y si se la atribuimos es por mera contaminación del lenguaje. Decimos que las relaciones son fuertes, tensas, fluidas, sólidas o transparentes, porque no tenemos términos propios para calificar a lo que no tiene entidad material. Lo cierto es que la esencia de la relación, se la conciba como se la conciba, es un registro doble de hechos que permanece en la memoria de las dos partes. Quien comunicó con otro, guardó el recuerdo del acto comunicativo en su memoria junto con el sentimiento que produjo la interacción, y en cuanto vuelva a percibir la presencia del interlocutor en cualquier contexto, retomará los registros anteriores y seguirá escribiendo páginas de episodios que volverá a guardar de una forma irreversible envueltos en sensaciones y emociones creando una huella emocional imposible de borrar.
Cuando se crea una relación, se abre un canal de intercambios con fines instrumentales. El fin primero es establecer la comunicación con el otro. En principio, una relación es algo natural y muy simple, pero en el fondo es un vínculo complejo que siempre está sujeto a unas obligaciones y a unas leyes sociales muy estrictas. Podemos dividir el tipo de relaciones según sus cargas en un continuo marcado por cuatro tipos:
. Relaciones sin obligaciones: son las que se dan entre dos personas que se relacionan de forma muy impersonal, tal y como sucede en un comercio (dependiente-comprador), y que no volverán a relacionarse, o lo volverán a hacer de forma impersonal y en un contexto muy concreto.
. Relaciones con obligaciones protocolarias: en ellas es obligado el reconocimiento de la otra persona y apenas un saludo. Es el caso del saludo al vecino.
. Relaciones con obligación de intercambio: en ellas es obligado el reconocimiento del otro, el saludo y un breve intercambio mínimo más o menos intrascendente. Es el caso de amigos que se encuentran en la calle.
. Relaciones con obligaciones interpersonales intensas: son las que se darían entre amigos íntimos o familiares y que requieren de una dedicación al otro muy especial.
Lo importante es que estas obligaciones o leyes sociales son muy complejas y ajustadas en cuanto a su contenido y duración dependiendo del tipo de relación. En una relación sin obligaciones quedaríamos como raros si parásemos al otro para preguntarle por su familia. En una relación con obligaciones intensas no podemos saludar y marcharnos sin más. Ante una relación con obligaciones protocolarias no podemos pasar sin decir nada, ni podemos parar al otro para preguntarle por su reciente operación de próstata. Ante una relación con obligaciones interpersonales intensas no podemos dejar de preguntar por la operación de próstata. Todo este código lo conocemos, pero no sabemos que lo conocemos.
El manejo y mantenimiento de relaciones es un tema muy complejo, pero es muy importante, porque en la relación nos construimos como personas o, dicho de otro modo, somos lo que somos en relación siempre a los demás.