M 1.1 Un desafío es un punto de inflexión en la relación en la que una parte muestra su voluntad unilateral de que las cosas se adecuen a sus intereses. Es una maniobra concreta en la que una persona u organización plantea de forma explícita su posición invistiéndose de autoridad para dar a elegir a la otra entre dos opciones: o hacer lo que se propone o sufrir las consecuencias negativas de oponerse. Es una forma casi siempre prescindible de hacer las cosas, una pirueta relacional que puede salir mal y hacer perder poder a su autor. Con un desafío se consigue lo que podría conseguirse por otras vías mucho más efectivas y con menos riesgo.
Un desafío es un punto de inflexión en la relación en la que una parte muestra su voluntad unilateral de que las cosas se adecuen a sus intereses.
En el juego del desafío, cuando el agente de poder gana, consolida lo que tiene y quizá gane un poco más, pero si pierde, su estatus se resentirá siempre de cara al desafiado y a terceros que estén presentes y tomando nota. La parte perdedora, si es subordinada no pierde nada, pero si gana, en el contexto general no gana gran cosa y hace perder mucho a su desafiante, con lo que a la larga pierde por las consecuencias del resentimiento que ello conlleva.
M 1.2 Hay dos clases de desafío: Desafío prescriptivo, y desafío transgresor.
- El desafío prescriptivo es el que mantiene la estructura de “Si (x) entonces (y)” de donde (x) es la conducta no deseada por el desafiante e (y) es la consecuencia anunciada. Es el caso de: “si no te comes las lentejas te castigo”, “si os vais pronto me vais a oír”, “si haces eso te denuncio”. Este tipo de desafío es puntual y supone que el desafiante cede el poder de decidir al desafiado: puede escoger entre la opción marcada o las consecuencias negativas que se impondrán por no escogerla. En cualquier caso, es el desafiado quien es facultado para elegir y para poder dejar claro en un momento dado que el desafiante es ignorado y su propuesta obviada. Es esta cesión de poder la que hace peligroso el desafío, porque muchas veces interesa al desafiado aprovechar la oportunidad que brinda el desafiante para ignorar el ultimátum y hacerle ver que no tiene poder sobre él, máxime cuando hay terceros observando en ambos bandos. Muchas veces interesa más aprovechar el escenario para enviar este mensaje de reto y sufrir el castigo, que claudicar como dictaría el sentido común.
- El desafío transgresor es el que mantiene la estructura de “Ignoro explícitamente tu norma y hago lo que quiero”. Es el caso de cualquiera que infringe una norma conocida, de quien hace caso omiso a las amenazas que recibe, o quien se esfuerza en hacer justo lo contrario de lo que se espera de él al más puro estilo adolescente. Este desafío es un planteamiento que manifiesta claramente al desafiado, normalmente un ascendiente (P), la voluntad de que las cosas sean de la manera que quiere el desafiante. No es puntual porque no supone un alto en el camino para formular el desafío, simplemente se transgrede la norma hasta que P detiene la conducta y actúa en consecuencia.
M 1.3 Ambos desafíos pueden ser lícitos o ilícitos. El caso de un desafío prescriptivo lícito lo encontramos en las leyes de un país, por el contrario, el caso de uno ilícito lo encontramos en las normas que dicta un mafioso a su extorsionado. El caso de un desafío transgresor lícito lo encontramos en el plante de quien es acosado en el trabajo por su jefe. El caso de uno ilícito lo encontramos en quien infringe las normas de tráfico delante de la policía. Muchas veces es totalmente subjetiva la valoración acerca de qué parte obra de forma lícita y qué parte no. En el caso de un país en el que las normas vienen de una dictadura opresora y las transgrede una incipiente revolución prodemocrática la valoración dependerá de quién la haga.
M 1.4 Un desafío prescriptivo es una maniobra costosa porque obliga a las dos partes por igual. El desafiado tiene que elegir la opción que se desea que elija, pero el desafiante se obliga a sí mismo a hacer cumplir su norma, con el coste en recursos de todo tipo que puede suponer el controlar el cumplimiento y castigar el incumplimiento.
La política del ultimátum es costosa, peligrosa y arriesgada, por consiguiente, quien dicta muchas normas se complica mucho la vida. Si alguien prohíbe a alguien hacer algo, va a tener que estar vigilando a ese alguien para que no lo haga y, cuando lo haga, entonces tendrá que aplicar irremediablemente la conducta prometida de antemano. Esto, muchas veces invalida al propio desafiante que no puede cumplir con su propia norma y termina haciendo la vista gorda, dando segundas oportunidades o racionalizando por qué esta vez se merece el perdón. “Si el viernes a las 20 horas no habéis terminado el trabajo os despediré a todos”, ¿Cómo va cualquier jefe a descapitalizar la empresa pagando 10 despidos por no haber terminado de encofrar un piso en construcción a tiempo? “Si no haces los deberes no verás la televisión en un mes” ¿Cómo vas a controlar que no vea la televisión durante 30 días? ¿Y si a partir del día segundo es un hijo ejemplar? ¿Seguirá el castigo? ¿Entenderá el castigo? Entonces ¿Se anuncian castigos para no hacerlos cumplir? ¿y qué valor tienen entonces?
Una organización con muchas normas obliga a los responsables a pasar casi la totalidad del tiempo en hacer cumplir el reglamento, al tiempo que a sancionar a los infractores de modo ejemplarizante, y eso es una pérdida de recursos y de tiempo. No se trata de no dictar normas, siempre imprescindibles, se trata de tener clara una regla primordial: deben dictarse tantas normas como sea posible mantener vivas y ni una más.
Deben dictarse tantas normas como sea posible mantener vivas y ni una más.
Es mejor que no haya normas a que las haya y se perciba que no hay que hacerles demasiado caso, ya sea porque nunca se aplican o, lo que es peor, porque los desafiados son conscientes de que pueden ignorar al desafiante sin que este sea capaz de situarlos en una posición de perjuicio o carencia.
M 1.5 Podemos hacer una distinción entre dos tipos de desafío prescriptivo: el cerrado y el abierto. La diferencia radica precisamente en la forma que adopta la consecuencia X. En unos casos podemos amenazar con la aplicación de una medida puntual y objetiva (si x, entonces: no te recogeré mañana, te despediré, te haré repetir el trabajo desde el principio, te devolveré todo el pedido, haremos huelga). La consecuencia está clara y sabemos muy bien cuál es su alcance y su significado, que es cerrado y solo significa lo que significa. Pero puede que no interese definirse tanto y que al desafiante le sea más cómodo plantear un desafío abierto con una consecuencia ambigua (“Si x entonces: te arrepentirás, o entonces me enfadaré, o entonces verás lo que es bueno, o entonces te acordarás, o entonces ya nada será igual”, u otros comodines de amenaza). Este segundo planteamiento de amenaza vulnera la condición de que el desafío debe expresarse de una forma clara y explícita para que sea más eficaz, pero cuando es previsible la posibilidad de que la amenaza no surta efecto, el desafiante puede preferir guardarse la salida digna de hacer como que ha tenido éxito dando una lectura interesada al resultado del desafío. En este caso perdemos mucha eficacia, aunque ganamos en seguridad, pero al final acabamos haciendo como la madre histérica que se pasa el día intentando dar miedo y acaba en la indiferencia.
M 1.6 Siempre que se plantea un desafío, sea del tipo que sea, lleva implícitos dos aspectos que muchas veces pueden ser bien distintos: por un lado, el desafío en sí y por otro su intención real. Un vecino puede desafiar a otro por una cuestión que afecte a la convivencia del edificio, pero que planteada por otro vecino no le molestaría. En cambio, con el desafío satisface su necesidad de enfrentarse con quien en el pasado se enfrentó con él, con lo que desarrolla una vulgar venganza aprovechando la oportunidad. La intención aparente es que el vecino retire determinada planta o elimine determinado ruido, la intención real es devolverte algo que te tenía guardado. Si se interviene sin analizar las intenciones reales del desafiante nos perderemos en un mundo de gestos y apariencias en el que no entenderemos nada y terminaremos hablando de palabras, además de que acabaremos ayudando sin saberlo a una de las partes como bien sabe cualquiera que haya mediado en conflictos.
M 1.7 Cuando a un desafío le sigue una transgresión, y viceversa, se produce una confrontación. Este diálogo de desafíos y transgresiones supone un tipo especial de interacción que suele llevar claramente al conflicto.
M 1.8 Cualquier episodio que incluya un desafío no debe valorarse como un hecho aislado sino formando una pieza de un complejo sistema de interacciones, por eso, un desafío puntual es más o menos relevante dependiendo de su gravedad y de las formas, pero siempre debe considerarse inmerso en un conjunto mayor de ámbitos en los que las partes siguen repartiéndose los roles de ascendiente y dependiente (P y Q). Por lo tanto, un duelo ganado o perdido no supone el cese de las hostilidades, porque puede reactivarse en otros o en todos los ámbitos. Siempre debe considerarse la totalidad de posibilidades y todos los ámbitos en los que interactúan los agentes. Puede que una madre deba ceder ante un desafío del hijo, pero el hijo depende de la madre para todo y ella debe aprovechar esta circunstancia. Un empleado puede poner en jaque al jefe en un momento dado y salirse con la suya, pero Q siempre será Q hasta que no sea P, por lo tanto, mientras sea dependiente del jefe, los perjuicios y las carencias a las que puede ser sometido le deberían hacer calcular muy bien sus movimientos, por otro lado, no necesariamente condenados al fracaso. Esto no quiere decir que Q no deba desafiar a P, solo quiere decir que puede emplear otras tácticas menos ruidosas y, sobre todo, debe valorar el todo y no el episodio concreto. El desafío es un mensaje, por lo tanto, se le aplican todas las particularidades de la comunicación.
M 1.10 Para que un desafío prescriptivo resulte efectivo debe realizarse teniendo en cuenta una serie de factores que tienen mucho que ver con los condicionantes para aplicar un eficaz castigo. Se han recogido algunos de ellos en el cuadro de abajo.
M 1.11 Una vez retado al oponente se pueden dar dos situaciones bien distintas para las dos partes: o bien que claudique el desafiado, o bien que se ignore el desafío y se salga con la suya hasta el final haciendo fracasar al desafiante. En cualquier caso, las consecuencias siempre son negativas para una parte. En el cuadro esquemático anterior se ejemplifican algunas de ellas.
M 3.12 Cuando un desafío prescriptivo no ofrece los resultados esperados el desafiante pierde poder y debe recuperarlo en otro ámbito o contexto de la interacción. Cuando alguien es víctima de un desafío transgresor, tiene mucho más margen de maniobra para manejar la situación. Podemos plantear una serie de posibles reacciones listadas en el cuadro adjunto.