A simple vista puede resultar curioso que nos preguntemos qué es el efecto placebo en un sitio centrado en las relaciones interpersonales. Como veremos, el secreto del fenómeno placebo no está en el interior de la cápsula ficticia, sino en todo lo que la rodea.
El concepto de efecto placebo es para muchas personas un sinónimo de fraude. Se entiende que es un engaño que consiste en administrar a alguien un tratamiento falso para que mejore de su dolencia.
Pensando así, si algo es placebo es porque es una estafa, un falso tratamiento. Pensamos en pastillas de azúcar, en pulseras mágicas que no son más que alambres decorados, moléculas diluidas en agua o infusiones inocuas que se venden como remedios comprobados, por poner algunos ejemplos.
Ese es el concepto popular de lo que se entiende por un placebo. Por extensión, el que administra placebos es un farsante que estafa a sus pacientes. Nadie honesto y éticamente comprometido utiliza placebos siguiendo esta lógica. Solo los charlatanes son capaces de beneficiarse de la ignorancia de la gente, podríamos pensar.
Todo esto está muy bien y suena hasta lógico y normal. No obstante, volviendo al primer párrafo, si un placebo es un tratamiento falso que se administra a alguien para que mejore… entonces es que alguien puede mejorar con tratamientos falsos… luego, si provocan mejoría ¿en realidad son falsos?
Es en este punto en el que se suele caer en la trampa. En toda esta cuestión la mayoría de los debates se pierden en discusiones a cerca de la naturaleza misma de los tratamientos, pero pocos reparan en el hecho de que seamos capaces de mejorar con cualquier cosa que entendamos que es un tratamiento.
Mientras no seamos capaces de entender cómo alguien se cura con pastillas de azúcar, el estudio de la pastilla de azúcar será irrelevante en sí, el foco del fenómeno debería estar en entender cómo la naturaleza humana es capaz de mejorar cuando entiende que ha estado sometida a un input terapéutico, por llamarlo de algún modo.
¿Qué se desencadena cuando nos influyen terapéuticamente? ¿Qué cambia en nosotros que desbloquea la situación que nos provoca los síntomas? ¿Cómo pasa? ¿Qué provoca el fenómeno? ¿Qué lo potencia? ¿Cómo se anula? ¿Se puede manejar este mecanismo para “provocar” la salud? Esas son las preguntas.
Lamentablemente la investigación no tiene respuestas a estas preguntas. Es cierto que manejamos modelos explicativos más o menos consolidados, tales como los del paradigma del condicionamiento, o el efecto de las expectativas. Estas son las dos perspectivas “oficiales” de explicación al efecto placebo, y ciertamente son buenas, pero insuficientes.
Otros investigadores no ven en el fenómeno más que artefactos estadísticos y niegan toda posibilidad de mejora que no sea el efecto causado por un tratamiento ortodoxo (ortodoxo siempre según la ortodoxia de cada cual, claro está).
Esta opción intelectual legítima niega la existencia de los efectos placebo con la evidencia de la investigación, pero sucede que la evidencia solo es evidente para el que la sabe ver, y hay tantas formas de hacer algo evidente que el concepto mismo de evidencia es poco claro y… evidente.
El positivismo en ciencia sigue vivo en muchos investigadores que de forma honesta utilizan sus procedimientos para descartar lo que no cabe en sus paradigmas mecánicos o químicos de la salud, y el efecto placebo, decididamente no tiene ningún encaje desde su perspectiva.
Las claves de la confusión
Siendo esto así, y con la libertad que da hablar cuando no se tiene ningún conflicto de interés, desde aquí se plantea que el efecto placebo es la consecuencia de un planteamiento erróneo del problema. Las claves de la confusión están en las siguientes causas:
- Centrar el debate acerca de los propios tratamientos placebo, que en sí son irrelevantes para el fenómeno.
- Defender que el placebo es solo un fraude deliberado.
- Reducirlo todo a artefactos estadísticos.
- Pensar en el desequilibrio químico como causa primaria de la enfermedad.
- Tener una visión simplista de qué es una terapia, un terapeuta o de qué es la curación. De estas definiciones se derivan muy diversas implicaciones.
- Entender que el fenómeno se circunscribe a la terapia, cuando no es así.
- Distinguir entre placebo y nocebo, como si fuesen dos fenómenos diferentes y no dos manifestaciones opuestas de un mismo mecanismo.
¿Qué es el efecto placebo?
El efecto placebo es la mejora en un síntoma o enfermedad que se experimenta como consecuencia directa de una interacción clínica que el paciente valora como terapéutica.
La clave está en la interacción, así como la valoración que hace de ella el paciente. El acto terapéutico es un tipo especial de interacción social que viene determinada por múltiples factores socioculturales y psicológicos. Del mismo modo, la magnitud de la respuesta placebo depende directamente de la calidad de la relación terapéutica.
¿Cómo funciona el efecto placebo?
El mecanismo del efecto placebo reside en las relaciones de dependencia y en la interacción. Un ser humano no debe entenderse como una unidad, porque su naturaleza no se explica por su individualidad. Nos gusta sentirnos únicos, y lo somos, pero en ello no reside nuestra esencia.
Desde el momento de nuestro nacimiento somos dependientes de los demás para todo. Cualquier animal es capaz de desenvolverse solo a los pocos días de nacer. Nosotros, los seres humanos, nunca alcanzamos la autonomía plena en ningún momento de nuestro ciclo vital.
Dependemos de los demás para conseguir el alimento, para vestirnos, para que nos construyan nuestras casas. Dependemos en todos los ámbitos, en el laboral, en el familiar, en los círculos de amistad. Conseguimos que nos asistan, que nos eduquen, que nos entretengan, que nos controlen y nos organicen… que nos curen.
Ese conjunto de relaciones de dependencia constituye la esencia de nuestra naturaleza. La humanidad es un sistema emergente y cada uno de nosotros es una pieza que conforma el organismo completo. Al igual que una hormiga es una pieza del conjunto que es el hormiguero.
En ese contexto, cuando enfermamos, establecemos nuestra relación de dependencia con alguien llamado terapeuta que nuestra cultura ha designado como “reparador” del desajuste de nuestro cuerpo.
Cuando establecemos una interacción asumida como terapéutica, basada en un ritual esperado, con el único fin de restablecer el nivel óptimo de funcionamiento, en un contexto culturalmente designado como de curación, la pieza que somos, se ajusta con mayor o menor facilidad. En realidad, con esa interacción tan específica, facilitamos el proceso de reparación que tiene cualquier organismo vivo, desde las plantas a los animales más evolucionados.
El valor de las terapias
Las terapias tienen sus componentes activos, unas más que otras. Ese componente, sumado al proceso de ajuste desbloqueado por efecto de la interacción, da como resultado el restablecimiento de la salud.
Muchas veces no es necesario ese componente interaccional para restablecer la salud, porque con el único ingrediente activo de la terapia se completa el proceso (como sucede cuando me tomo mi ibuprofeno yo solo en mi casa). Pero muchas veces también, las terapias no tienen apenas ingrediente activo, y solo con el establecimiento de la relación de dependencia se completa el proceso, como ha demostrado sobradamente la historia de la medicina, o como entendemos que sucede en determinadas terapias extravagantes.
El efecto placebo, como tal, es un artefacto del pensamiento mecanicista imperante. Si lo vemos como un misterio es porque planteamos mal el problema. Fuera del mecanicismo el fenómeno del placebo no existe. Ejemplo de ello es el doblemente misterioso efecto placebo de etiqueta abierta, que funciona incluso cuando se informa al paciente que el fármaco administrado es falso. La investigación demuestra que no es el placebo abierto el que devuelve la salud, sino la relación de dependencia. La pastilla es lo de menos, lo importante es el vínculo terapéutico establecido y reconocido como tal por el paciente en una relación de dependencia.
Implicaciones
Todo acto terapéutico tiene un componente placebo, porque se da en una interacción especial de dependencia que socioculturalmente se ha establecido con el fin de curar.
Las terapias, cada una en su medida, tienen sus componentes activos, pero todas tienen su componente relacional placebo.
Podemos engañarnos todo lo que deseemos, pero no existe ningún modo de saber cuánto de ingrediente activo, y cuanto de factor relacional tiene nuestra terapia. Ninguno. Entre otras cosas porque el factor relacional varía con cada contexto, de un terapeuta a otro y con un paciente u otro.
Los efectos de determinadas terapias no son falsos, ni son artefactos estadísticos, porque si así fuese sus “técnicos” no podrían vivir de ello. Los pacientes pagan por un servicio que perciben que están recibiendo, y resulta un poco presuntuoso considerar estúpido a todo aquel que se beneficia de estos procedimientos poco ortodoxos.
Por lo tanto, lo realmente importante es que debemos profundizar y comprender muy bien el fenómeno del efecto placebo, por las siguientes razones:
- Porque se puede utilizar en beneficio de la eficacia y eficiencia de los tratamientos.
- Porque pone patas arriba los fundamentos de muchas las verdades últimas de las terapias que conocemos, sean estas “científicas” o alternativas.
- Porque no hacerlo es un fraude que beneficia siempre a las mismas farmacéuticas y a los mismos curanderos.
- Porque no podemos seguir con un sistema de pensamiento miope que crea fantasmas donde no los hay. Cada vez que leemos estudios centrados en los fármacos placebo en sí, debemos acordarnos del aforismo: “cuando el dedo señala la luna, el necio mira el dedo”.
El efecto placebo funciona y dejará de fascinarnos cuando tomemos conciencia de su naturaleza puramente relacional y dejemos de verlo como magia terapéutica.